miércoles, 26 de octubre de 2011

OTOÑO

Con la engañosa mejoría de los moribundos,
la enfermedad de los relojes semejaba
altibajos vaivenes de la fiebre
que convertían a los hombres dormidos
en el páramo conyugal, en cansinas y frágiles figuras
que auguraban el amarillo cansado de la tarde.

La esperada y repentina brisa rastreaba
las primeras hojas herrumbrosas,
esparcidas en pedregal decimonónico;
unos ayes comenzaban a oírse en lo lejano
de las nubes que asoman ya su cuello.
Y los nimbos, signo bien cierto de la etapa,
se acercaban intuyendo nuestro aliento.

No desprecies este año, esta época
que antaño era romántica,
no detestes los viejos desaciertos
del colegio plumífero y odiado.

Es el tiempo del fin; no del invierno,
es la estancia secreta de las almas
lo que arroba a mi pecho ensangrentado,
del color algo lúgubre de esta tarde.