martes, 7 de febrero de 2023

 

UNA VIEJA LLUVIA

 

Vuelve a llover hoy,

nada espectacular para las almas sin inquietud,

solo un poco de silencio en las aceras

ambientadas por la solitaria humedad

del que no reconoce su imagen en el exterior.

 

Nada más.

 

A veces, desandando el camino,

hacia donde la ausencia de agua es evidente

por mera necesidad,

los hombres hablan solos cantilenas de desprecio,

viejas habladurías sin fundamento consistente.

 

Y encuentras, mojado,

un perro empapado del sabor antiguo,

del irreconocible destino de los individuos

que permanecen aquí abajo,

donde los semejantes se convierten en anfibios.

 

UN DÍA MÁS DE TABERNA

 

Ahora, después de acabar en este insondable desprecio

del exterior,

 de la insufrible desidia de los ignorantes que pasean,

miro hacia atrás sin rencor a las viejas rencillas,

a los mejores deseos de mis enemigos más desleales

que me desearon fértil destino entre mis recuerdos.

 

Sin embargo y apenas, deseo que la memoria se vuelva débil,

inefable, ignara , agradablemente deseosa de nuevo néctar

que acompañe al instinto devorador de las horas,

Indicando el fin de lo cotidiano, de lo vulgar

entre tanto abstemio impostado que bebe en silencio.

 

LA SOLEDAD ERA ESO

 

Y así comienzas a vivir solo, con la soledad

Trayendo y llevando cosas de aquí para allá

Sin saber dónde colocarlas por inutilidad social

Y por un cierto recuerdo de una niñez similar

Acompañada de falsas realidades inocuas,

Importantes en la madurez ya por indefensión.

 

Y, una vez que has dado el gran salto

de la melancolía,

de la destreza de esquivar lo tóxico y desechable,

comienzas a soñar una vez más en lo imposible,

lo indefectiblemente inevitable por certero,

para regresar de nuevo al inicio de los hombres.

 

La comida, siempre innecesaria, no es un ágape,

Sino materia gris que te mira de reojo en el plato

Que despotrica de tus pensamientos e ideas

Recogidas en la experiencia machacona de los días

Que circulan felices con este sol ya insoportable,

Mero gesto de defensa que no abre el campo de visión.

 

Ahora, jactancioso, disimulas esa debilidad común a la edad,

Interpretas lo que te rodea con demasiada mesura,

con gesto divino prepotente, mas no humano,

para desembocar en los confines de la historia doméstica,

la que, a todos, nos dejará al margen de la civilización,

allí donde los mortales gritan sin ser oídos jamás.

 

DESVELO

 

 

A veces me pregunto, ¿qué hago yo aquí,

en este mundo tan rural e impasible de barbarie

ineficiente, de gente asentada en sus creencias tan vetustas,

de gestos locales que rastrean de lo eterno la insustancia?

 

Recupero a veces… con este asma decimonónico,

a fuer de realizar un intento inútil y sufrido

de escuchar insensateces verbales espontáneas,

esas abruptas verdades del que es muy cándido,

del que olvida su pasado más reciente muy, muy rápido.

 

Y me despliego con mi alma más fraterna ante la voz

menos sonora, sin compás que defienda mi rechazo más profundo,

a la falta de espectáculo circense novedoso y giratorio

que refiera novedades, a mis más antiguas pretensiones terrenales.

 

CREMACIÓN

 

Moriré junto a los viejos eucaliptos de cerca de casa

y los hombres no podrán hacer hogueras con sus hojas

pues apenas arden ante el fuego eterno que nos abrasará,

porque no son ideales para viajar al más allá, al infinito

donde árboles más nobles sirven de sustento al esqueleto.

 

Igualaré mi desidia a la de los más arrojados y fuertes,

a los que instituyeron el arte del final con maderas dulces

que les dejarán un olor acre al alma impúdica de los humanos,

a los que no huyeron del destino fatal de la envidia

que en vida es solo un mero gesto cotidiano y procaz.