sábado, 19 de abril de 2008

Cuentos inacabados

El trípode estaba torcido, por más que lo intentara, aquel hombre no conseguía asentarlo sobre el banco del parque.Habría sido mejor fotografiar el edifico desde el suelo- pensé-, no entiendo que sentido tiene el hacerlo desde esa posición tan complicada. Lo cierto es que resulta todo un espectáculo observar los sucesivos intentos de colocar las patas del soporte. Me alejé de allí calibrando las distintas probabilidades para obtener el resultado que pretendía. En ese momento un pájaro casi choca contra mi cara, en un gesto preciso lo esquivé con gran habilidad. El pájaro se estampó contra un cartel metálico que indicaba el carril ubicado para el tránsito de bicicletas. El caso es que no cruzó a mucha velocidad, pero fue tan brutal el golpe que permanecía reventado sobre las hojas secas que alfombraban el camino. Agonizaba. Me acerqué aún más con un mórbido interés para observar como agotaba su último hilo de vida. En el pico llevaba briznas de ramas secas que - desparramadas por el suelo- acordonaban su silueta. Permanecí unos instantes en silencio- probablemente, el pájaro construía un nido-.
Me acordé entonces de Luis.
Un extraño viento había comenzado a barrer los grises y pesados nubarrones que desde el día anterior habían cubierto el cielo, no acabaron de descargar y se alejaban huyendo con una enorme frustración.
Luis fue mi protector en el colegio primero, y luego en el instituto - desde nuestro primer encuentro se apropió de un título del que nunca llegó a deshacrese del todo- Eramos tan diferentes que resultaba incomprensible vernos juntos, pero quizás fue eso lo que nos unió. El ponía la fuerza, y yo la disciplina. Formamos siempre un buen equipo y ha sido tan sólida nuestra relación que nadie ha podido quebrantarla.
Bordeé el edificio despacio y crucé atravesando el césped. Un anciano me mira fijamente desde el otro lado del parque. No sé porqué exactamente, quizás le resulte familiar, o sienta curiosidad por la forma en que camino, o simplemente fije la vista en un punto indeterminado y yo he pasado inesperadamente penetrando en su campo de visión; el caso es que no movió un solo músculo cuando me alejaba.
El hospital se encuentra casi a las afueras de la ciudad. Siempre me ha resultado un lugar agradable. Hace más de cinco años que no he venido por aquí. No tengo ningún recuerdo especialmente desagradable, la verdad es que las veces que lo he visitado, han sido cuestiones rutinarias. Nada en especial. Definitivamente, es un lugar agradable.

Este cuento tiene un final, pero mi intención es esperar a que alguien proponga un final diferente, si no ocurriera, lo terminaré en otra ocasión.

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