martes, 23 de noviembre de 2010

Marina

Esperando que el velero se marchara,
las pocas bocas que al viento se escuchaban
eran viejas quejas lastimeras,
antiguos deseos incomprendidos
de las olas del mar o la desidia.

La suave luz de aquella tarde mortecina,
señalaba muy serios caminos de destino,
asumía la herencia de la mar,
la severa justicia de los barcos
que otrora seriamente se escondieran
amenazando al marino más intrépido.

Un horizonte muy lampiño no dejaba de mirar
a nuestros ojos,
indicando con aspecto vehemente
el tremendo peligro, la sola excusa
de las almas que, arrojadas,
se internaban en las aguas más profundas.

Desde la ventana, un áspero sopor me consumía
contemplando las aguas tan azules.
Mi visión quizá ya fuera muy inocente,
o quizá ya equívoca en este tiempo.

Suspiré ,aliñando con mis dedos,
a una vieja pipa de marino
que ya soplaba sus más recónditos deseos;
y me quedé volcado en las alturas
como quien vive una vida de aventura.

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