domingo, 20 de diciembre de 2009

El final del otoño

Muevo, esta tarde, con rapidez los azucarillos
del café.
Quizá comience otra vez el desprecio
por la vida,
tan llena de misterios.

Avanzo lento por el pasillo de las calles,
notando el mismo frío del norte,
la misma desidia de cualquier lugar,
odiando el sinfín del destino.

La escarcha me sorprende
en las partes más umbrías;
se ríen de mí los niños azules,
y me deja solo este sol tan poco cálido.

Y yo no añoro a la vieja tarde
¡Quizá a un elemento!

A mis espaldas descubro a un perro
de piedra, que me ladra
también congelado por el frío,
y, al pasar, me sonríe.

Miro al sol que parece que se aleja
para siempre.

Parezco un hombre extraño
que sueña con un paisaje dulce,
en el que sombras extrañas hacen piruetas
con las que pasean lejos de nuestro entorno
las hojas...

Cansado, llego al hogar,
al viejo hogar que me satisface.
Me despojo de las pieles
y vuelvo a soñar con un viaje tan extraordinario.

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