domingo, 28 de marzo de 2010

EPITAFIO SOBRE LA HIERBA

En verdad, aquí yacen verdaderas insidias abandonadas
A la suerte del insaciable pastor que, a arrumacos,
Susurraba viejos latines desesperadamente
Al oído de la majestuosa y cansada naturaleza.

Después de pisar esta hierba, tan devastada
Por lugares comunes, invadimos con susurros el silencio
De extrañas aves que apenas asomaban el cuello,
En frágiles cuerpos apoyado, soportando la apatía
Del iracundo…

Cavilosamente respiramos en aquel turno la sospecha
Inmediata de la duda,
La portentosa idea de marcharnos sin plaza , imperdonablemente,
En busca de viejas carreras sin versos que aplaudir
Ni imágenes que avistar.

Cuando quisimos darnos cuenta,
Comenzaron a fundir las estrellas un infausto cielo
Verdaderamente sigiloso en sus lamentos algo oscuros,
Y los pies trenzaron extrañas figuras en la hierba,
La misma que resistió, ya hace tiempo, a los antiguos héroes
Del perpetuo sueño de los hombres.

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