jueves, 2 de julio de 2009

Palabras de despedida de Pedro Laguna

PALABRAS DE DESPEDIDA.

Gaudeamus igitur, iuvenes dum sumus.
Post iucundam iuventutem,
post molestam senectutem,
nos habebit humus.

“Lustrosísimo” Señor Director,
“Magníficos” profesores
Dilectos zopilotes
Y carísima familia:

Vaya por delante mi gratitud infinita por acompañarme en día tan señalado como sin duda lo es este de la despedida de la vida profesional. Me vais a permitir que se lo agradezca de un modo especial a los antiguos compañeros que nos demuestran así que el vínculo con el Instituto sigue vivo y que el aprecio que sienten hacia mi persona excede lo razonable.
Mentiría con toda mi boca si os dijera que estoy loco de contento con mi jubilación. No es que esté triste, al fin y al cabo es una jubilación voluntaria, pero sí que tiene un sabor agridulce. Y es que se acaba una gran etapa, la más fructífera de tu vida, la que comenzó cuando acabaste la carrera, en la que te casaste, tuviste y criaste a tus hijos y ocupaste gran parte de tu tiempo con la profesión que a todos los presentes nos une, bendita profesión dicho sea de paso, que unos políticos torpes y una sociedad bastante desorientada se empeñan en bastardear. El tic tac del reloj es inexorable y lo que está por venir no es ni más largo ni mejor que lo que ya ha pasado. Pero un problema que no tiene solución no es problema. Hace ya tiempo que vivo el presente intensamente y todos sabéis de mi actitud hedonista ante la vida. De modo que arriba el ánimo y a aprovechar todo bueno que aún esté por venir.
Hace dos años, cuando despedíamos a Agustín Valera, recuerdo que este tipo duro y curtido en mil batallas vertió sus lágrimas de emoción. Yo, que soy un sentimental, puedo llorar “a moco tendido”. Y esto me preocupa desde hace días y no hago más que darle vueltas a la cabeza pensando cómo podría yo enfocar estas palabras de manera que esa misma emoción no me embargue demasiado. Y creo que he dado con la clave; voy a hablaros de algo que nos entusiasma a todos: de competencias. En este caso de las competencias que a mí me inculcaron desde niño y que han sido determinantes para terminar siendo un anodino y vulgar profesor de Instituto de pueblo que además está regido por un cazador de liebres.
Como nos ocurrió a todos, la primera competencia que recibimos en el seno familiar es la comunicación lingüística (algunos la aprovecharon bien, como es el caso del profesor Santos): desde aquello de“ niño dí papá que te oigan” y el niño no decía ni pío, fui completando poco a poco las cerca de 100 palabras que manejo con dificultad en la actualidad, y si en el camino se cruzaba una palabrota en tu léxico un buen sopapo en la boca te hacía ver muy claro que ibas por mala senda. Mi madre que era una persona muy inteligente, muy capaz y de bastante carácter, como veis no heredé nada de ella, tenía muy claro lo que quería para sus hijos: una carrera. Y para conseguirla no había más que una dirección: competencia de estudiar. Y en mi casa ese tema no admitía rebajas, era intratable. Salíamos de la escuela, un “joyo” de aceite y a jugar al paseo. El toque de queda era el encendido de las luces de las calles. A casa y a las tareas bajo la vigilante mirada de Teresa Fernández. A estudiar sí o también. Mi padre era más permisivo, “papá pregúntame la lección” y siempre le parecía bien: “esto está fenómeno, venga, a cenar y a la cama” .
Pero como sabéis la competencia de comunicación lingüística se completa con la escritura y con la lectura. Y aquí aparece otra gran mujer en mi vida. Con 5 añitos me llevaron a la escuela de Doña Esther. Mi primera y única maestra. Con ella aprendí las vocales y con ella aprobé el ingreso de bachillerato. Era también una mujer con mucha personalidad. Había llegado al pueblo desterrada por motivos políticos, dicen que fue colaboradora de Fernando de los Ríos, el que fuera Ministro de Instrucción en la II República, si bien ella fue muy hermética en este aspecto de su vida. Lo que sí puedo atestiguar es que era culta –compraba todos los días el periódico, años 50-, distinta, tenía un porte distinguido, era bastante impertinente y nunca llegó a integrarse del todo en el pueblo, a pesar de que ya no se movió de Fernán Núñez y allí está enterrada. Pero fue, eso sí, una excelente maestra, moderna, siempre que viajaba traía las innovaciones que encontrara en educación. Ella ponía en práctica el plan “Lectura y Biblioteca” (todo está inventado D. Miguel Calvillo), recuerdo que en la clase teníamos un armario de libros históricos y de aventuras y por supuesto el Quijote. Por la tarde, los más mayorcitos, era una escuela “unitaria y mixta”, teníamos lectura comprensiva; hacíamos un corro con ella y uno leía en voz alta, de vez en cuando saltaba a otro alumno que debía continuar y cuando lo veía oportuno detenía la lectura para preguntar o comentar lo que leíamos. La caligrafía y la ortografía eran materias fundamentales. También fue mi primer centro TIC (D. Lorenzo). Nos enseñaba las operaciones elementales con un saco de habas secas, las primeras letras con unos moldes de madera y cada niño tenía su ordenador personal que en aquella época era un pizarrín. Como veis nuevas tecnologías a tope. Colegas míos en este colegio fueron los ilustres profesores D. Miguel Ángel Toledano y D. José Naranjo, aparte de un puñado de maestros que ejercen su magisterio en nuestro pueblo.
A los diez años, con el ingreso de bachillerato aprobado en el Instituto Góngora, -aún recuerdo casi con pánico que el presidente del tribunal fue el profesor Cabanás, una inmensa mole que con la cachimba en la mano me preguntó de dónde era el Gran Capitán-, pregunta que hoy sería para decidir a quién se le da la Matrícula de Honor, ingresé en la Academia OSIO, un centro particular de enseñanza media que en Fernán Núñez organizaron los padres que no tenían medios económicos para llevar a sus hijos a Córdoba. Aquel centro, que resultó ser el embrión de nuestro actual Instituto, fue milagroso, porque milagro fue que aprobáramos el bachiller en aquellas condiciones y milagro fue que saliéramos vivos de allí. Los profesores eran el secretario del Juzgado, el médico, el párroco y un par de maestras sin oposiciones. Ningún especialista en ninguna asignatura, salvando el latín que por supuesto estaba a cargo del mosén. Allí nos iniciaron en la competencia de “aprender a aprender”. La metodología era modernísima, su máxima era “la letra con sangre entra” y se llevaba a cabo de forma radical. En particular, D. Isidoro el cura era una máquina arrimando. Bofetadas, puñetazos, patadas si hicieran falta, tirones de pelo, pellizcos, … , dominaba todos los resortes de la didáctica mas avanzada, rompió en nuestros lomos todo el equipo de dibujo de la pizarra y además, todo ello adobado con una gran variedad de insultos. Y cosa curiosa, saliendo de clase era como un amigo, fue un gran animador cultural del pueblo: rondallas, teatros, equipos de futbol, teleclub, toros, veladas de boxeo, nacimientos vivientes,…, a todo le metía mano y siempre nos tenía a su alrededor. Pero cuando decían “tercero a la palestra”, tercero entero temblaba y él perdía el conocimiento. Cuando nos examinábamos por libre en Córdoba o Cabra en sus asignaturas no había fracaso escolar y loquitos de contentos íbamos a enseñarle nuestras calificaciones, pero siempre fiel a su pedagogía nos decía: “el más tonto conmigo saca notable” ,que era tu nota claro. Sin embargo es difícil que nos juntemos sus alumnos sin hablar con cariño de él. Literalmente nos dejó marcados.
De esa época son mis mejores amigos y amigas y allí conocí a Carmen mi mujer, aunque sería mucho más tarde cuando yo me fijé en su trenza y ella le prestó oídos a mis tonterías.
Y de nuevo aparece en mi vida otra mujer, una segunda madre. Mi tía Elena. Una gran mujer de 1’50 de estatura que con 40 años y siete hijos se queda viuda y que vende todo lo que tiene para irse a vivir a Granada para que sus hijos tuvieran la oportunidad de estudiar carreras universitarias. Su marido fue un gran intelectual y todo su afán era que sus hijos se parecieran a su padre. A los pocos años ni corta ni perezosa cogió el botijo y poco más y se trasladó a Madrid porque el mayor quería ser ingeniero, y en Granada no se cursaba esa carrera. Y consiguió lo que se propuso: tuvo un ingeniero de minas, un especialista en Administración local, un registrador de la propiedad, un catedrático de Matemáticas al que la mayoría conocisteis, Cecilio, y tres maestras, una de ellas directora del colegio de sordomudos de Madrid. Y no contenta con lo conseguido nos abre las puertas a mis hermanas y a mí y aquí me tenéis con casi 15 años, más “atontao” que un palomino en la capital de España. Allí aprendí la competencia de la vida. Fue una experiencia dura, pero a la larga tremendamente enriquecedora. Comencé a trabajar en una empresa de electrodomésticos a tiempo completo, incluidos sábados, por el dineral de 1800 ptas al mes. Por las mañanas la tienda, los bancos, algún cobro, los papeles, y por las tardes el reparto de pinche en la furgoneta. En poco tiempo era un experto, sin unos padres que te arroparan pronto aprendí el transporte, el callejero, a hacerme la matrícula, a comer barato, a comprar y a vender los libros de viejo , las tabernitas, el ajedrez, el futbol etc. Por supuesto la familia estaba allí, pero la metodología había cambiado: Descubre y resuelve por ti mismo lo que puedas porque los demás bastante tienen con lo suyo. ¿Y estudiar cuándo?. Por supuesto que seguía en la enseñanza por libre. Mi tía me inducía al estudio como podía y mis primos me ayudaban cuando yo lo requería, pero la responsabilidad era mía. En tres años apruebo los dos cursos del bachillerato superior, fue el momento más delicado de mi expediente académico, coseché nada menos que 15 suspensos y me examiné en todos los Institutos de la capital, pero al fin pasé al Preu. Y ya todo cambió. Dejé el trabajo, me matriculé oficial y como corresponde a un tío de Fernán Núñez aprobé a la primera en el Instituto Cardenal Cisneros y la prueba de madurez, lo que hoy se llama selectividad, en la Universidad Complutense. Elijo Físicas y no sin dificultad, por la mala base que llevo, voy avanzando. Aquí empecé a enterarme de verdad de lo que era la competencia del razonamiento matemático y la interelación con el mundo físico. Fueron años maravillosos, un Madrid que ya domino, una universidad pletórica de vida y de grises, años también convulsos porque la caída de la Dictadura se ve cercana, pero también el mus, nuevas amistades, el deporte y muchas ganas de vivir y de pasarlo bien ¡y sin un duro!. Por fin apruebo la competencia de la química, en este caso la química del amor y me entero que una amiga de hace muchos años está más guapa que nunca y que nuestros corazones laten más rápido cuando estamos cerca. Afortunadamente aún hoy me pone que se me sale por la boca. Las milicias entremedias y por fin en Diciembre del 74 me dan un diploma que reza junto a mi nombre “Licenciado en Ciencias (sección de Físicas)”. Tenía 25 años . No había tiempo que perder mi economía para tontear, el 10 de Julio del 75 termino la “puta mili” con mi brillante estrella de alférez de Artillería – no podía ser de otra arma- y tres días más tarde me estreno de profesor de Física, Química y Matemáticas en el Colegio San José de Campillos. Allí comienza la competencia de aprender a enseñar . Las oposiciones, Lucena, Lorca, Bujalance y por fin, a los nueve años, el “Francisco de los Ríos”.
Cuando llegué aquí me encontré un claustro dividido y politizado, aquí hay profesores de esa época que pueden atestiguar que había dos comidas de Navidad, dos comidas de fin de curso, peroles y corrillos de dos bandos. Algunos como yo quisimos ser como Adolfo Suárez, del centro, y el resultado fue que me dejaron fuera de las dos comidas, de los dos peroles, de los dos corillos etc. Menos mal que siempre estaban mis amigos los maestros y con ellos celebraba lo que viniera al caso. La cordura se impone siempre y al final “las buenas yuntas Dios las cría y ellas se juntan”. Además tengo que agradecer a esa época una decisión que tomé en aquellos momentos: No participaría de ningún equipo Directivo a no ser que me obligaran, lo mío era la tiza y no tener tensiones con nadie. He sido pacifista toda mi vida. Si algún acalorado dice que la Tierra es el centro del Universo y que todo gira a su alrededor, yo digo que está clarísimo, mientras que como Galileo pienso para mis adentros “y sin embargo se mueve”.
De estos veinticinco años en el centro siempre queda lo bueno, que ha sido mucho, como digo la convivencia ganó enteros a pasos de gigante y trajo consigo un tiempo de bonanza que se prolonga hasta nuestros días y que todos los presentes ya habéis vivido conmigo: junto a un trabajo bien hecho y siempre mejorable, la guasa, los San Albertos, los peroles siempre trabajosos de Letras, el tenis de otras épocas, las habas en la casa del conserje, el deporte por las tardes en el patio del Instituto con el Mister Alijo, la Noria, el Mirabrás, etc. Sin ánimo de ser chauvinista creo que la mayoría de los profesores que están de paso en nuestro centro se llevan un magnífico recuerdo de su estancia en él.
Tengo que dedicar unas palabras a mis compañeras y compañeros de Departamento. De los que ya se fueron guardo el mejor de los recuerdos y aún hoy me alegro de veras cuando me encuentro con alguno : Emilio Obradó, Manolita del Rosal, Gerardo Peña, Damián Aranda, Modesto Ruíz , Pepe Carmona, Pedro Toro, …, y como no un recuerdo especial para el que fue un profesor de Matemáticas excepcional y una gran persona: Cecilio González, ese sí que nos podría haber dado a todos la competencia de “aprender a enseñar” . En cuanto de los actuales, Victoria, Rafa y Mª Fernanda, solo cosas buenas puedo decir. Nunca hemos tenido un mal roce, siempre se trabajó bien y ahora que llevamos tanto tiempo juntos nos entendemos con solo mirarnos. De todos he aprendido y en ellos he admirado cualidades que a mí me faltan en mayor o menor grado: El trabajo infatigable de Victoria, el orden y la planificación de Rafa Alba y la lucha, también inagotable, en el cuerpo a cuerpo con los alumnos de Mª Fernanda. Del trabajo de todos hemos obtenido buenas cosechas y a título de curiosidad hemos contabilizado más de veinte licenciados en exactas que han pasado por nuestras aulas. Y la mejor muestra la tenemos en Pedro Jurado, Mª José Méndez y Mª del Mar Núñez, otrora alumnos y hoy compañeros. Una cifra importante si se tiene en cuenta que esa carrera no tiene ni ha tenido nunca mucha bulla. Por supuesto damos la importancia que se merecen a los maestros que los iniciaron en esta disciplina tan árida para el común de los mortales.
Todo pasó en un soplo y hoy me enfrento a nuevos retos: la competencia doméstica me espera y si no se entretienen mucho deseo unos nietos a los que maleducar. Mis aficiones son muchas, demasiadas dice Carmen, que ya me tiene un planing para el futuro inmediato. Espero que no me afecte eso que llaman depresión.
Como dice el cantar popular “aunque me voy no me voy”, mi cabeza y mis pies me llevarán por el Instituto casi a diario al menos mientras conozca a la mayoría del claustro, y a vosotros no os conviene que La Noria se cierre de un portazo. Termino aprovechando una breve estrofa del jerezano Luis Coloma para expresar un deseo último: Dice así:
Lejos de aquestos tutelares muros
Los compañeros de mi edad feliz
No serán a mi amor jamás perjuros
y se acordarán de mí.

Eso espero. He dicho.
Pedro Laguna, profesor de Matemáticas
Córdoba, 26 de Junio de 2009.

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