jueves, 28 de abril de 2011

Este pesimismo que me es grato

Entre la imagen ingenua de unos cuantos amigos
que ignoraron a tiempo el color de las cosas,
hemos dicho muy pronto que el fragor era inútil;
que los dulces deseos eran frágiles
huesos de sabor imposible;
que la fresca fragancia
de los setos en flor, simples velos cubiertos
de recodos imberbes.

Ahora son los más jóvenes, con su cierta ignorancia,
los que son defendibles o quizá no muy bravos.

El espejo muy oscuro no da para designios,
ni aún de súplicas vanas que ya esperan su turno
en el ámbito serio de lo ya queda oculto.

Es difícil abrirse a estos tiempos que dejan
resonar a los gestos tanto tiempo tan nimios,
a los falsos deseos que ya anuncian fracaso
de lo más refutable en un hueco juicioso.

Siempre, el escape de esa cara corriente
suele ser un propósito de incontables canciones,
de difíciles juegos que terminan en tablas,
y agradecen muy mucho un ligero armisticio
de las almas que luchan sin saber su destino.

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