Se había dejado la
sortija encima del aparador ya ruinoso y lleno de polvo para hacer
creer que el tiempo ya había pasado por allí y que los muertos
eran imaginaciones de los que aún no habían nacido. El resto de los
muebles permanecían impasibles y ajenos a la mirada de un hombre
robusto que examinaba todos aquellos enseres con desidia y deseo de
descubrir alguna pista de lo que allí había ocurrido. Casi todo
parecía inerte y dejado de la mano de dios. Si alguno hubiese
interpretado que el escenario era de novela, se habría equivocado.
Los pájaros blancos
echaron a volar frente a la ventana que daba al jardín de la vieja
casa que llevaba tiempo sin habitar. Nadie habría pensado en sus
cortas luces que, donde no existían seres materiales, un asesinato
cruel y "sincero" sería el escenario de lo que no había sucedido. Los
más ingenuos decían que vieron un rostro apagarse detrás de una
neblina, sonriendo y haciendo muecas cuando apenas la luz se intuía
en el aire. Mas, gente había, avispada, que imaginaba salir
espectros de aquella mansión que , ahora, rezaba sola e iluminada
por las linternas de la autoridad. Pero en ese lugar dijo un hombre
que las luces nunca habían existido por la tarde; sin embargo , ese mismo día cerca de la luz vespertina, entrevieron una luz opaca que iluminaba más allá del
mundo terrenal.
Comenzaron a azulear
los viejos coches blancos que asemejaban a los que hoy en día usa la
policía americana; pero, no era América el escenario. Sánchez
Herminio era el pueblo. En la frontera con México, donde los pobres
estaban a la orden del día. Y, según mi tío, que había vivido en
esa frontera, solo estaba habitada por piernas que circulaban a un
lado y a otro sin rumbo fijo.
Los pocos que aún
vivían en esos contornos no habían escuchado apenas nada. Solo un
joven radiante que pasaba un fin de semana con su pareja en una
roulotte habló de una esencia que, mientras ellos dormían,
intuyeron en el silencio del mediodía
-Pocas pistas son esas- puso de manifiesto el gordo que parecía ser el jefe del caso.
-Pocas pistas son esas- puso de manifiesto el gordo que parecía ser el jefe del caso.
Tres años atrás, un suceso similar fue investigado por dos tipos escuálidos, sin seso y con ganas de aparecer en la prensa. No consiguieron alertar a los periódicos ni a sus propias esposas que se sentían deseosas de que su ignorancia se convirtiera en éxito, aún a sabiendas de que eran inútiles en la cama y en su labor cotidiana. Pero también- en aquella ocasión- un muerto, flotando sobre las moscas y maloliente, se desgranaba al lado de un montón de trozos de madera que habían servido para encender ( dentro de la casa) un fuego fatuo.
Pasó entonces mucho
tiempo, y el tipo gordo que dos meses antes intervino en el caso,
apareció muerto sobre grandes hojas de higuera, con el rostro
compungido y sin las dos manos. Habían sido cercenadas de manera
cruenta. Pero no se hallaban lejos del cuerpo. Estaban justamente al
lado de cada uno de los hombros del tipo fornido. Eso sí, llenas de
moscas...
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