jueves, 17 de julio de 2014

VERANO

Detesto este calor y este frío  como a las antiguas tradiciones.
Y no es ningún capricho momentáneo ni oportuno
de tardes de domingo anodinas, severas razones diarias
de desidia y áspera respuesta a lo no comprendido.

Este calor insoportable es una tabla pesada en la madurez,
una incalculable serie de sinrazones de terrazas civilizadas
que asoman el cuello en avenidas y bulevares de invierno
y, ahora, son multitud de voces y bronceados anónimos.

No podemos hacer volver a los días del año severos,
ni podemos calcular con exactitud las horas dichosas
que encanecen las meninges y los dedos más diestros,
los que soportaron apenas un aliento superfluo este año.

¿No sé por qué odio al verano y a sus secuaces presuntuosos
y no me alejo de él en silencio y hago otoño de la arena,
y de los rayos  una primavera suave y llena de deseos diestros
que me columpien en el jardín de lo sencillo y amable?

Tampoco sé el porqué de su impaciencia por descubrir
a cuerpos extraños y voluptuosos que denotan tristeza
y aparentan curvas y músculos inútiles debilitados
por el sol que no ignora ni a los cuerpos más glaucos.

La verdad que se asoma a mediados de mes sin pedirlo,
solicita a los fervorosos seguidores del ocio impuesto
para dejarlos deprimidos en la acera de septiembre,
la que anuncia lo tedioso, los días interminables...

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