La calle era de piedras, estaba llena de magia, parecía la entrada de un castillo medieval. Durante el verano nos sentábamos en la gradilla; a escondidas y entre risas nos comíamos la sal que las vecinas ponían en sus ranuras para que no creciera la hierba, y que evidentemente estaba absolutamente prohibido,¿ como si no nos iba a gustar tanto?.
Un día me las quitaron; ambas cosas, y me confiscaron en mi casa durante todo un día, pero eso no era un castigo para mi ya que en ella había montañas de sacos de harina, de sal- que escalaba como un verdadero alpinista- y montañas de cajas de cartón y montañas de leña, vamos, un paraíso para el que no hacia falta tener mucha imaginación y que resultara ser de lo más entretenido. Era una panadería. Siempre olía bien. Todavía hoy soy capaz de recordar ese aroma que rezumaba en mi hogar.
Me asomé a una ventana que daba a la calle y para mi horror, estaba inundada de un olor muy desagradable además de una capa espesa y caliente - lo digo porque salia humo- muy negra que sepultó las piedras para siempre.
A la mañana siguiente mi madre salió de la casa muy bien vestida, llevaba unos zapatos inmensos de altos que eran, me los quedé mirando y fue entonces cuando lo decidí. Tendría unos zapatos como los de mi madre.
Ya podía salir, la calle estaba lista, decían que estaba arreglada, pero yo pensé que era todo lo contrario. La habían estropeado definitivamente, y para siempre. No pude evirtar llorar por ella, pero era pequeña y las pasiones me duraban poco.
Carmen y yo nos pusimos manos a la obra, teníamos que conseguir esos zapatos de cualquier forma. No puedo recordar con exactitud como se nos ocurrió la idea, pero con trozos de alquitrán caliente y chapas de refrescos pusimos una prótesis a los zapatos gorila- que era la última novedad de la época- que dejaron en las losas una marca indeleble durante mucho tiempo; nos fuimos tambaleando hasta que adquirió una gran solidez, tanta que me tuvieron que comprar unos zapatos nuevos para salir del apuro y mandarme a la escuela decentemente arreglada. Este tema me costó una gran paliza- no me dolian los palos- y dos dias de reclusión- esto me dolió más-. Días más tarde mi madre consiguió dejarlos sin apenas un leve rastro para mi tristeza; pero aún puedo oirlos chocar contra el suelo: clic clac, clic clac."La idea funcionó", por fin tuve mis primeros tacones. Tardé mucho en utilizar unos de verdad.
Cada año, cuando voy a comprar los regalos de navidad me pasa algo curioso, algo que me hace recordar momentos que están ocultos en mi memoria.
Hace unos días mientras realizaba dichas compras, me detuve ante el escaparate de una zapatería. Había unos zapatos rojos con un tacón enorme. Me quedé pegada al cristal como una mosca al de una pastelería...
No los compré, pero volví -después de muchos años- a tener esa sensación vertiginosa y prohibida de mis primeros tacones de chapa y alquitrán.
Día de a Biblioteca 2019
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La Dirección General del Libro y Fomento de la Lectura, a través de la
Subdirección General de Coordinación Bibliotecaria, impulsa la celebración
del *Día...
1 comentario:
que relato más bonito, yo también tuve unos zapatos como los tuyos, cuando lo he leido, me he acordado de ellos
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