martes, 11 de enero de 2011

El enseñante

Hoy he vuelto a insistir en las horas amargas
de los hombres que ocupan el espacio más nimio,
de la gente insidiosa que refleja su alma,
y desea,vehemente,una cierta ignorancia,
ignorada por todos, recubierta de magia.

El asunto era, entonces, una vieja fragancia
de sutiles historias, todas llenas de engaño,
bien cubiertas de fases, de naranjas y leños;

Lo continuo existía por su propia ignominia,
su deseo irrefrenable era pura jactancia,
ejercicios sufrían un ligero desprecio;
resultados imposibles,insufribles desprecios.

Algoritmos inútiles eran puro reflejo
de difíciles cuentas, de incógnitos besos;
de esos versos inútiles que ya encumbran al sexo.

Y fue entonces cuando hicimos
del amor un gran verso,
del desierto una nube, bien rellena de besos.

Y acabóse la insignia que teníamos en el pecho,
nos dijeron, por tanto, que era fatuo el intento
de llevar a tu vida un pequeño deseo.

Rectificantes muy cultos, despreciaron el gesto,
y una nube encarnada, destrozó nuestros huesos.

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