Dormir a las doce cuando la luna asoma,
delirar en el sueño y desordenar las ideas
de comer al mediodía y odiar por la tarde
debería ser inaceptable, incluso punible.
Punible sería aceptar pautas y besos diarios
que intentan seriamente cumplir las normas,
costumbres que nos deshacen e impiden
el dolor de la tarea diaria de respirar.
Y así besamos con falsedad en las fiestas
y enseñamos nuestros rectos y dulces hábitos
de recogernos cuando los hombres no lloran
y las mujeres recogen los trapos sucios del día..
La cultura es el arte de engañar al soberbio
Es el otro hombre, el que busca el desorden
de las piezas, el que amanece serio y ofuscado
y se acerca en silencio al borde del abismo.
No quiero trajes de organdí, ni alhajas baratas
que me hagan celebrar el triunfo del orden,
Mis vestidos no se llenan de adminículos
en fiestas establecidas ni en paseos diarios.
¡La costumbre de acostumbrar a las almas
a los errores del día a día es nefasta, es procaz
como besar a la piedra fría, al eterno mármol
que sí sabe de costumbres permanentes!
Y aún así callamos sobre nuestros silencios
por costumbre en las orillas de lo deseado,
en la obligatoriedad de asumir lo bello y grácil
como la sensación vacía de no notar nada.
delirar en el sueño y desordenar las ideas
de comer al mediodía y odiar por la tarde
debería ser inaceptable, incluso punible.
Punible sería aceptar pautas y besos diarios
que intentan seriamente cumplir las normas,
costumbres que nos deshacen e impiden
el dolor de la tarea diaria de respirar.
Y así besamos con falsedad en las fiestas
y enseñamos nuestros rectos y dulces hábitos
de recogernos cuando los hombres no lloran
y las mujeres recogen los trapos sucios del día..
La cultura es el arte de engañar al soberbio
Es el otro hombre, el que busca el desorden
de las piezas, el que amanece serio y ofuscado
y se acerca en silencio al borde del abismo.
No quiero trajes de organdí, ni alhajas baratas
que me hagan celebrar el triunfo del orden,
Mis vestidos no se llenan de adminículos
en fiestas establecidas ni en paseos diarios.
¡La costumbre de acostumbrar a las almas
a los errores del día a día es nefasta, es procaz
como besar a la piedra fría, al eterno mármol
que sí sabe de costumbres permanentes!
Y aún así callamos sobre nuestros silencios
por costumbre en las orillas de lo deseado,
en la obligatoriedad de asumir lo bello y grácil
como la sensación vacía de no notar nada.
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