miércoles, 27 de enero de 2010

( En Sanlúcar)

Recuerdo que una tarde, en el viejo espigón,
entramos en la mar
a través de las aguas cada vez más rojizas.

En la anchura de abajo,
pensamos, ciertamente, si era aquello la mar;
si aquel frágil esquife,
construido hace tiempo,
sostendría tantas penas en las aguas profundas.

Y allí fuimos nerviosos,
bajo un cielo imposible,
donde sueñan, a veces,los mejores marinos.

Cuando el mar se expandió
y un azul algo brusco descubrió lo lejano,
informamos al guía
del regreso a lo llano, a lo blanco de cal.

Ser endeble requiere, muchas veces, tristeza
o un valor inventado donde existe
el arrojo.

Fui alejando la vista,
lejanía irremediable,
del vaivén de las olas, de los ojos del guía.

Y una especie de miedo recorrió mi piel dura.
¡Qué difícil, entonces, admitir el temor!

No son olas que duermen, ni lejanas bellezas
lo que ocultan las aguas, allá lejos,
sino grandes tritones que asemejan, en el suave crepúsculo,
un adios de imposibles,una cierta añoranza
de la tierra baldía.

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