Desde luego no es útil esperar en la esquina,
Arrojado en los brazos de los vientos del norte
Que asemejan caballos desbocados al borde
De criaturas humildes que sollozan al verte.
Una luz casi mágica, meditaba, ignoraba los besos
Despedidos a un cielo que también intuía
A la joven astuta de grandes ojos azules,
Con la mirada inquieta de las grandes razones.
Y los hombres pasaban inútiles con los hombros
Alzados, sujetos a ese cielo tan cándido de los otros
Que advierten solícitos a la diosa más dulce,
La que omite en silencio sus deseos más vehementes.
Fue entonces la espera, el sereno discurso, despreciable,
De quien anuncia un rechazo muy falso, incoherente,
Como versos azules del Darío más viejo , insolente,
adorando en los gestos abiertos la mentira indeleble.
Y la dulce luz amarilla ignoró nuestros besos…
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