e iniciaban su rito de desechos de los hombres
que se acostumbraban a los reinos perdidos,
siempre sentía una pequeña desazón celestial.
El agua se convertía en vino,
dejaba a los más advertidos al borde de la muerte
y también solicitaba el amparo de los impúdicos,
el desamor de los que alumbraban con velas.
Y la costra del versículo difuminado entre sollozos
intuía un calendario solar escrito por egipcios
que anunciaba sólo lo que era sustantivo y efímero,
lo que administraba el cielo y el suelo que ignoramos.
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