escrutar todo tu ser y huir sin misericordia, lejos;
o esperar en una esquina cualquiera sin la pasión
de los fuertes, y suspirar sin el aliento de lo impune?
De manera frugal, insistentemente pedí a voces
otro rostro más joven, más enojoso y preocupado
por dientes metálicos, por faldas estampadas
que arrojaban efluvios, a veces, acres y efusivos.
Y mientras tanto pensar que, junto a mí,
cuando hablabas, volaba sin vientos contrarios,
sin la animosidad de las insidiosas gentes,
de las gentes amorosamente despiadadas.
Las que aquella tarde de verano miraron
de reojo a tu pelo negro, a tu cuerpo entero
y permanecieron en el silencio de lo ignoto,
en la verdad de que ya estás aquí tan intranquila.
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