La sugerente novella de los renacentistas abrió una luz al sexo femenino. Dejó al Gran Duque D’Orsini (el amante de las muy jóvenes mujeres) darle dos besos a los eclesiásticos que repartían hostias a diestro y siniestro, avanzando en una época que nos roza y la obviamos ¿Imaginas a dioses y héroes de la infancia abriendo el camino a las carretas que desembocan en el presidio de Cervantes?
Aquellas novelas que infundían valor a Tartarín de Tarascón con su dama y su dragón, siempre fueron atrevidas, divertidas a los nobles de la época. Las de amor eran sólo cartas que insistían en la lívido de Diego de San Pedro. Algunas veces me acuerdo de Platero, que, por cierto, se aleja más de la marisma para no hacer de una pasión una historia.
De las de Caballerías ya he hablado. Las Bizantinas dejaban a los héroes vagar por anchos mares buscando el mismo fin: el amor de los desesperados. ¿Acaso no es importante un bizco en la picaresca? Siempre se ha pensado en el ciego, un ser inexistente por su propia idea: la de ser ciego en un mundo miserable que espera algo más de los que no lo son. Por ahí va desapareciendo la novela. Empieza a sentirse un cierto resquemor de relato corto que te aleja de los clásicos.
Siempre me han importado las mujeres. Las vi en las antiguas Serranillas con bigote y cierta altura de feministas de ahora. El Guzmán es un afrodisíaco; El Diablo cojuelo un voyeur avant la lettre . Las respeté- ellas a mí no- pensando que podría construirse la nueva novela, pero el “Vaporcillo del Puerto” ondeaba por ese incierto mar de velas y no atendía a la proa ni a la popa.
De mi amigo Cervantes- el gran creador de la novela moderna, sin nombrar la suya- sólo una pequeña batalla con La gitanilla. El celoso extremeño, un gran viejo cornudo deshaciendo los hilos de la historia, con una batalla en la que no hay ganadores ni perdedores -la nueva imagen del Vial Norte- y dos pequeños pilluelos traspasando Sierra Morena para desembocar en la desidia de la gran urbe sevillana en Rinconete y Cortadillo. Ya sé que hay muchas otras cosas más.
No pensaba saltarme las novelas del dieciocho; pero no existen más allá de las reformas de las cuales hoy todos nos sentimos reforzados ¡Sólo Aranjuez!
Bueno, volvamos a la historia de las novelas siguientes. Hubo un señor que criticó todo lo de arriba en su “Teatro crítico Universal” ( ni teatro ni novela);lo llamó teatro para olvidar la historia de Clarín, que hablaba de esa mujer la cual deseaba el amor de la Medicina (no la confundo con Madame Bovary), mientras las calles de Vetusta se surtían de papeles y hermosas lumbres del atardecer. Pero Galdós- ese al que llamaban “Benito el Garbancero”- no perdonó. Creó un pequeño pillo (Gabriel de Araceli) que no se atrevió a luchar con los franceses porque eran pocos. Fernando Calpena era un señor de los de antes, que imaginaba a las señoras en top lees en la Playa de La Victoria con refajo decimonónico. Algunas veces en las pequeñas playas de Sancti Petri- el auténtico- me parece navegar en la gran nave Victoria (la que nunca existió para alegría de los ignorantes) y odiar a Nelson y dejar al gran Faro de Trafalgar iluminar el cielo. Los restantes héroes de Galdós son simples imágenes.
¿Y adónde salto yo ahora?
A Belarmino y Apolonio ¿ un liberal que se convirtió en conservador como los directores de instituto de ahora?
La novela modernista ¿Qué es? Las cerezas del cementerio. Título que me hace recordar al Chéjov en las costas del Gabriel Miró de El Obispo Leproso. Siempre ha sido un timo que ha hecho que me aleje de las novelas extranjeras.
La tremenda guerra- no la primera, ni la segunda- nos dejó aquí abandonados con Las ratas de Delibes (antes las de Pedro en Tiempo de silencio). ¡Qué desastroso título!
Max Aub nunca supo decir nada. Se exilió.
La familia de Pascual Duarte (anterior a las anteriores) fue el fruto de un censor desacompasado que escribió sobre la sociedad madrileña (La colmena) de entreguerras pidiendo tabaco a los pobres. Allí murieron sus ganas de Pabellón de reposo. Su Viaje a la Alcarria buscaba miel y desamor en los labriegos.
Aquellas novelas que infundían valor a Tartarín de Tarascón con su dama y su dragón, siempre fueron atrevidas, divertidas a los nobles de la época. Las de amor eran sólo cartas que insistían en la lívido de Diego de San Pedro. Algunas veces me acuerdo de Platero, que, por cierto, se aleja más de la marisma para no hacer de una pasión una historia.
De las de Caballerías ya he hablado. Las Bizantinas dejaban a los héroes vagar por anchos mares buscando el mismo fin: el amor de los desesperados. ¿Acaso no es importante un bizco en la picaresca? Siempre se ha pensado en el ciego, un ser inexistente por su propia idea: la de ser ciego en un mundo miserable que espera algo más de los que no lo son. Por ahí va desapareciendo la novela. Empieza a sentirse un cierto resquemor de relato corto que te aleja de los clásicos.
Siempre me han importado las mujeres. Las vi en las antiguas Serranillas con bigote y cierta altura de feministas de ahora. El Guzmán es un afrodisíaco; El Diablo cojuelo un voyeur avant la lettre . Las respeté- ellas a mí no- pensando que podría construirse la nueva novela, pero el “Vaporcillo del Puerto” ondeaba por ese incierto mar de velas y no atendía a la proa ni a la popa.
De mi amigo Cervantes- el gran creador de la novela moderna, sin nombrar la suya- sólo una pequeña batalla con La gitanilla. El celoso extremeño, un gran viejo cornudo deshaciendo los hilos de la historia, con una batalla en la que no hay ganadores ni perdedores -la nueva imagen del Vial Norte- y dos pequeños pilluelos traspasando Sierra Morena para desembocar en la desidia de la gran urbe sevillana en Rinconete y Cortadillo. Ya sé que hay muchas otras cosas más.
No pensaba saltarme las novelas del dieciocho; pero no existen más allá de las reformas de las cuales hoy todos nos sentimos reforzados ¡Sólo Aranjuez!
Bueno, volvamos a la historia de las novelas siguientes. Hubo un señor que criticó todo lo de arriba en su “Teatro crítico Universal” ( ni teatro ni novela);lo llamó teatro para olvidar la historia de Clarín, que hablaba de esa mujer la cual deseaba el amor de la Medicina (no la confundo con Madame Bovary), mientras las calles de Vetusta se surtían de papeles y hermosas lumbres del atardecer. Pero Galdós- ese al que llamaban “Benito el Garbancero”- no perdonó. Creó un pequeño pillo (Gabriel de Araceli) que no se atrevió a luchar con los franceses porque eran pocos. Fernando Calpena era un señor de los de antes, que imaginaba a las señoras en top lees en la Playa de La Victoria con refajo decimonónico. Algunas veces en las pequeñas playas de Sancti Petri- el auténtico- me parece navegar en la gran nave Victoria (la que nunca existió para alegría de los ignorantes) y odiar a Nelson y dejar al gran Faro de Trafalgar iluminar el cielo. Los restantes héroes de Galdós son simples imágenes.
¿Y adónde salto yo ahora?
A Belarmino y Apolonio ¿ un liberal que se convirtió en conservador como los directores de instituto de ahora?
La novela modernista ¿Qué es? Las cerezas del cementerio. Título que me hace recordar al Chéjov en las costas del Gabriel Miró de El Obispo Leproso. Siempre ha sido un timo que ha hecho que me aleje de las novelas extranjeras.
La tremenda guerra- no la primera, ni la segunda- nos dejó aquí abandonados con Las ratas de Delibes (antes las de Pedro en Tiempo de silencio). ¡Qué desastroso título!
Max Aub nunca supo decir nada. Se exilió.
La familia de Pascual Duarte (anterior a las anteriores) fue el fruto de un censor desacompasado que escribió sobre la sociedad madrileña (La colmena) de entreguerras pidiendo tabaco a los pobres. Allí murieron sus ganas de Pabellón de reposo. Su Viaje a la Alcarria buscaba miel y desamor en los labriegos.
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