viernes, 26 de septiembre de 2008

Imágenes del Patio de los Naranjos


Regreso a casa
en las tardes azules de la ciudad,
y no me da miedo
de ser un animal social arrastrado
a los albañales del pueblo.

A través de los puentes,
descubrí calles inimaginables en el intento,
viajé al viejo zoco
donde los judíos son inoportunos
y los turistas son cámaras.

Cerca de estos viejos viví
como en las deseadas calles de Polonia
severos amores de una bella mujer
animando al juego de lo inaprensible.

Le comenté qué más cerca de lo nuestro
inventaban historias de niñas enamoradas
que habían dejado su piel en el intento
y que viejos mercaderes quisieron vender
sus sedas de esparto a los turistas.

LA NUEVA CUISINE

Seguimos comiendo en casa casi lo mismo de siempre: los pobres. Ante esta realidad se me vuelve a encoger el alma. Sigo sin comprender a los grandes capitalistas que invierten su ocio en la NUEVA CUISINE.



La espuma de la cocina es la del fregadero;
la soplada con nuevas técnicas
debe ser exquisita al borde de una mesa
de incompetentes.

Pretendemos hablar del sustento,
antigua palabra e imagen para definir
viejas calas recuperadas en la guía michelín.

El pecho de una mujer no ha sido nunca de aire,
tampoco la salvación del promiscuo;
los dos intentaron no pecar ante esa idea
que,con la edad, se desvanece en la desidia.

Quizá deberíamos hablar solo del arroz
de los miserables,dejar descansar nuestras largas ancas
allá donde la Costa Brava es ínclita, superficial...
admirablemente inútil.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Lluvia

El niño nunca vio llover- pero quizás no era un niño-,y le preguntó al anciano - que tal vez no era un hombre ¿qué es la lluvia?.
El hombre lo miró intensamente, quizás extrañado, quizás curioso.
Lo miraba y se preguntó si ese niño - que no sabia de ella- era el futuro, o un niño fastidioso y preguntón que intentaba incordiarlo; pero el anciano - que quizás no era un hombre- se sentó junto a él y bajando la voz le dijo: niño, ella se ha resistido durante casi todo el invierno. A duras penas nos seducen los escasos intentos con los que mojó los mil labios que sobre la tierra claman. Ni el trueno - aliado de sus primeras incursiones- percute en la lejanía, ni el oscuro bosque se hace cómplice. Ni siquiera hay nube alguna que enturbie esta cúpula tan azul que al mirarla, duele.
El anciano, comenzó a balancear el cuerpo musitando alguna letanía.
D e súbito, el aroma de la tierra exhaló un zumbido húmedo, que hizo presagiar un cambio repentino en la dudosa atmósfera...
Cauta fue descendiendo, y apretaba el paso mientras la gente corría desordenada, confundida tal vez por lo inesperado. Pero en su incesante fluir, esta situación carecía de importancia para el anciano y el niño que la observaban sin mirar.
El viento la mecía suave de un lado a otro, y los dos pensaron que era bella. Simulaba un ligero velo de gasa desgastado; y detrás, la ciudad entera palidecía rendida ya a su costumbre. Y apretó aún más el paso. Ahora era tan deseperada su carrera calle abajo, que creía haber perdido el camino de vuelta. Corría y corría hasta tenderse lisa sobre los huecos del asfalto.
Sacudió con su llegada aquella tarde tranquila, que de tanto esperar, ignoraba su existencia.
Lo ves - dijo el anciano al niño-, así es como debería.
El anciano giró su cara para mirar al niño, pero ya no estaba; aunque quizás no era un niño. Ni siquiera estaba seguro de que él mismo fuera un hombre.

En el año 2005 se publicó este pequeño cuento en el libro e feria, lo escribí expresamente para esta publicación.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Taller de poesía

"Se que mi mirada a veces, es como el filo de un precipicio cuando pienso en ella, susurro su nombre al viento y seguidamente extiendo las manos para acariciarlo, y no está.
La conversación en la mesa gira en torno a ella como una mariposa alrededor de la luz.
...¿Cómo podrás sanar este mundo tan herido y que no te haga daño?
A pesar de todo tendrás que cruzar la vía cada mañana y sobrevivir aunque la tristeza agriete tus labios, tendrás que ahuecar los miedos como puedas, disipar la angustia en el recuerdo de tu sonrisa viva.
Por eso hoy gritaré desde aquí, lo más alto que pueda:
¡Hija, haz que tus sueños se cumplan antes de que se esfumen!"

En el año 2004 asistí en la facultad de "Filosofía y letras" a un taller literario de poesía; en este taller no sólo de leía y escribía poesía -idea que yo arrastraba en el momento en que me inscribí en el curso- sino que además, nos proponían desafíos del tipo:

"imagina que tu compañera tiene a su hija viviendo en otro lugar, tan lejos de ella que tarda mucho tiempo en verla, intenta describir qué le dice con el pensamiento...", entonces te señalaban a la persona sobre la que tenías que realizar el ejercicio y sin apenas conocerla había que imaginar qué tipo de madre y persona era o podría ser. El texto que yo escribí fue este.

Es de los escritos que más impactó en el taller, la madre en cuestión se emocionó hasta tal punto que lloró desconsoladamente durante un rato -realmente su hija estaba lejos de ella-, me agradeció el hecho de que -al verla tan emocionada- se lo regalara. Creí que no conservaba este texto, pero suelo escribir en los cuadernos y libretas que mis hijos dejaron inacabados en el colegio o en el instituto, y revisando uno de esos cuadernos, encontré el borrador de este texto que posteriormente pasé a un folio y entregué correctamente presentado.

La monitora del taller fue Ana Belén Ramos, a la que agradezco desde aquí todo lo que nos hizo aprender y disfrutar.

viernes, 19 de septiembre de 2008

A mi mujer

Ingrid, en este verano, ya hemos dejado de visitar


el pequeño vergel de la osadía;


mi pequeña Ingrid, sabes del humo de la sal,


del pequeño animal que se deja sentir


admirando los huecos de la memoria de todos.





Mi dulce Ingrid, no ha sido tan importante


no viajar más allá de la memoria, sí ignorar


las lunas vacías de contenido,


viendo pedalear almas alocadamente.




Ingrid, tú sabes de autopistas y de amor,


de insignes , desconociendo esa raya


del cariño que, más tarde, es un número.



Mi dulcísima Ingrid, sabes de los hombres que somos,


de la estupidez humana que se desparrrama a veces,


del admirable hecho de ser mujer.



Mi dulcísima Ingrid...

miércoles, 17 de septiembre de 2008

No desprecio a los ingenieros

No desprecio a los ingenieros informáticos

por su ínclito saber de la fibra óptica,

sino por sus camisetas de colorines

y sus zapatos planos, que me recuerdan

a los antiguos húngaros del metal.


No desprecio a los políticos

porque continúan informatizados,

los aprecio por su textura,

su íntimo pelo liso sujetado " de forma natural".


A veces, junto a la más mísera ribera

de un río, escupo a un cielo inaprensible,

recuerdo los vagos momentos de la niñez

que se escapan a las viejas nubes de algodón.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Pequeños consejeros

Los especialistas somos pequeños consejeros
del amor de los demás, de la frialdad del ajeno
que observa en la retaguardia el sinfín
de las noches que hemos vivido inexorablemente.

Los versos no han de alargarse más allá
del versículo que impide el ritmo; sí, la verdad
de arrostrar imágenes de ese destino severo
que oculta el movimiento de las ocas.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Mariano

Mariano se frota los ojos. Apenas si puede verse el otro lado de la calle. Sobre el cristal exhala un profundo suspiro que impregna el ambiente de un olor insoportable. El cristal se hace denso.. Los días de invierno se prolongan con crueldad – piensa-. Se acerca a la esquina del cuarto y orina sobre él. El hedor se intensifica. Huele a alcantarilla caliente. Hasta a él le resulta desagradable. Podría hacerlo en el baño. Pero es imposible llegar hasta allí. Cada día se hace más difícil. Por eso se apaña en el cuarto. Humedece las manos con saliva y se alisa el pelo. Se recompone las varias capas de harapos que lo envuelven; una vieja camiseta roída de color gris claro, ahora oscuro por el abandono, un jersey naranja de cuello alto, un jersey de lana marrón un cardigan azul marino que lleva abotonado hasta el final, unos pantalones negros de pana gruesa un poco desgastada y se cubre todo con el abrigo nuevo que ha conseguido en su última repesca. Desde que se viste con él, la gente no lo mira. Consigue pasar desapercibido entre ellos. Antes de encontrar su abrigo azul oscuro si que provocaba que la gente volviera el rostro a pesar de las prisas.
Mira otra vez hacia el cristal de la ventana,, y de nuevo la densidad de su aliento difumina la imagen.
Deambula torpemente por el pasillo mal alumbrado que divide la casa. Se toca el cuello de la camisa como si olvidara algo, y la coloca en orden. A lo lejos se oyen las campanas. Son las seis de la mañana. Todavía no amanece. Se aproxima al suelo buscando alguna colilla sin terminar. Hoy no hay suerte. Quizás encuentre algo en la calle. Aprovecha para acordonar los zapatos negros y casi impecables también conseguidos junto con el abrigo. Todavía es pronto para salir. Ahora es el frío el que provoca que su cuerpo se estremezca. Vuelve sobre sus pasos como si intentara recuperar algo, y se topa de lleno con el cristal.. El no suele pensar en su desdicha. En realidad, no suele pensar nada de nada. Sólo mira con desdén a un tipo que se refleja en el cristal A veces tiene recuerdos. Sus recuerdos son flases incontrolados que aparecen y desaparecen. Hay recuerdos agradables y otros que lo zarandean como un perro lo hace con su presa.
No hay nada en este mundo que Mariano desee y lo necesita todo.
Se recompone nuevamente con gestos precisos. A veces su vida es más real en los sueños, por eso necesita sentir que está despierto tocándose.
El sol irrumpe a través de la ventana. El día se presenta limpio a pesar de todo.
Su piel era blanca, cerúlea, casi transparente en otro tiempo y ahora curtida por los elementos tiene el color de las avellanas tostadas.
Mariano tuerce el gesto, no demasiado, lo suficiente para aparentar docilidad. Parece un tipo atractivo, sólo lo parece. Su mirada es tan extraña, que no es fácil definirla. Las definiciones sólo son palabras, y él esconde toda una vida detrás de esa mirada. Serían demasiadas palabras y no queda tiempo. Es la hora. Hay que salir a la calle. Hay que salir sin más remedio. Cada una de las posibilidades que tiene, están ahí fuera.
Mariano cierra la puerta con pesar. Pero no mira. Si mirase, aunque fuera de reojo, no podría dejarla. Pero al fin se decide, ¡y con qué alivio respira el aire de la calle!...
Mariano se pasa días y días haciéndose preguntas. Se pregunta por qué Benito le saluda siempre ausente cuando pasa. Cada día. Benito es moreno y demasiado delgado. En el colegio se burlaban continuamente de su aspecto. Decían que estaba tan seco porque se mataba a pajas. Pero eso nunca pudo demostrarse. Tiene las manos enrojecidas perpetuamente, incluso en el verano, de un rojo amoratado que asusta. Se las frota con ansiedad, aunque no tenga frío. Siempre sonríe. Su sonrisa da tanto miedo como sus manos. Benito quiere arrancarle a Mariano su vida solitaria. Husmear en sus cosas. Poder hablar con él de vez en cuando. Mariano se resiste. Apenas lo mira cuando pasa a su lado. Simplemente, no le gusta Benito.
Su madre es una buena cristiana. Todos lo días va a misa y reza para todo el barrio, mientras su padre afila cuchillos en la trastienda del comercio que regentan. Benito era el mejor jugador de fútbol en la escuela. Estuvo a punto de fichar en un equipo juvenil importante. Pero pasó lo del cuatro de septiembre, y todo se fue al traste.

Lo que a Mariano de verdad le gusta, es hablar con la estatua de la calle, aunque ninguno de los dos pronuncie una sola palabra. Se sienta en el último sillón de parque, y la observa de costado. Cree que es una diosa. Piensa que no existe nada más bello en el planeta. A veces intenta decirle algo, pero ni siquiera puede llegar al final de la idea. Frustrado, abandona el lugar y se dirige a las afueras.
Caminar sin rumbo es una de las cosas más gratas que hay por la mañana. Caminar en sentido contrario. Caminar sin pensar. Se arrodilla para recoger una colilla que aún arde. Le entra frío. Un frío que le asciende hasta el estómago. No sabe con certeza cuanto tiempo lleva sin comer. Y tampoco le preocupa ahora.
Clara lo ve alejarse desde su pedestal plateado. No puede hablar con él. Si lo hiciera, estropearía todo el trabajo, y tendría que empezar de nuevo. Siente curiosidad. Le inspira una tremenda ternura la forma en que la mira.
De repente, las nubes irrumpen encapotando el cielo. Mariano mira hacia arriba. Todo se ha puesto gris. La lluvia restalla con fuerza. No sabe que hacer. Quizás volver sobre sus pasos y regresar a la casa. No está seguro de quererlo, pero se da la vuelta acelerando el paso y llega hasta el parque jadeando. Y allí mismo se queda petrificado ante lo que ve. Su diosa, su figura plateada, la escultura más perfecta del mundo, se derrite ante sus ojos y toma vida. Está bajo el pedestal que la eleva, y camina dejando un rastro plateado a sus pies. Mariano se frota los ojos y atónito la ve alejarse corriendo a toda prisa. Mariano no se mueve.
Benito recoge el toldo que acordona la puerta de entrada de la ferretería. Si no se apresura el toldo se puede estropear con el agua. Es tan viejo que apenas se sostiene ya. Pero el no está dispuesto a comprar uno nuevo, y mucho menos su padre. Ni siquiera quiso llevarlo al médico cuando le estalló la pólvora en las manos. Por eso está seguro que su padre no comprará otro toldo. Lo mejor es recogerlo rápido y que aguante. Que aguante como su madre lo hace, aunque sea rezando a todas horas. Que aguante como él lo hace, aunque tenga que frotarse tanto las manos que de ellas salga fuego, y luego tenga que aguantar el insoportable dolor que no lo deja dormir y le aprisiona el pecho. Que soporte los días como todos ellos lo hacen. Aunque es tan difícil cerrar los ojos. A veces se encuentran los tres con la mirada, y callan. Tratándose de secretos, ellos son expertos guardianes. Nadie llegó a descubrirlo, pero ellos si saben, y callan. Callan que aquella muchacha murió de otra forma.
Su cuerpo apareció entre los escombros de la explosión del taller de pirotecnia clandestino que el padre de Benito tenía al lado de la casa de Mariano.
Mariano lo vio todo.
Vio como Benito arrastraba a la muchacha y la forzaba. Vio como la dejaba tirada en el taller, y como lo incendió. Todos creyeron que fue una casualidad que la niña estuviera allí en ese momento, los niños del barrio se acercaban con curiosidad. Fue una terrible desgracia. Nadie pensó más allá de lo hechos. Mariano lo vio todo y tiene que vivir con ello. Nadie lo hubiese escuchado. Quizás si en esa época hubiese tenido su abrigo azul... Por eso no le gusta Benito, y nunca lo mira.
Hoy no es un buen día para explorar. A él le gusta llamar así a lo que hace. Le gusta ir cargado con enseres de un lado a otro. Merodear, acariciar con la vista los contenedores. Volver a casa con las manos llenas. Hoy regresa con ellas vacías por la lluvia
Mariano es colillero vicioso, sucio. Tiene un libidinoso gusto por el abandono. Rondador de despojos que la gente acumula en cualquier lugar. Camina sólo entre la multitud. Vive en los límites de la ciudad que lo asedia cada mañana. Desayuna con el sabor agrio, salado y dulzón que le ofrece una colilla y así saborea el día y lo disfruta intensamente. Mariano a su forma es feliz, o quizás no. Nunca está desesperado o perdido. El nunca se para a pensar, lo posee todo. Sólo necesita encontrar el hueco y acomodarlo a su memoria o a sus sueños. Sucede en la noche, cuando empieza a amodorrarse y en un ondulante remolino se hunde el cerebro y se hunde su mundo.

Sevilla-Cádiz

Si en los viejos peajes de Las Cabezas de
San Juan,y después de Jerez
hubiéramos vislumbrado el mar:
nadie pagaría moneda alguna.


Sentiría el efluvio de la humedad,
el ligero frescor del viento marino.

Se podría haber visto a los grandes barcos
a las iguanas viajar por entre las rocas de Sancti Ibañez.

Hubiéramos soñado en bebés
que podían deshacer su piel
frente al sol que no distingue edades.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Crónicas de posguerra: Isabel

Su pelo tiene el color de los años, su mirada fluye en la tristeza, su casa es la última del pueblo, tan distante que solo una delgada línea de tierra – por la que pasan las bestias del campo camino de regreso- la separa de una inmensa extensión de trigo infectado de amapolas que parece una cara llena de granos rojos; rojo amapola.
A su marido se lo llevaron los milicianos, un día se lo llevaron y no volvió más. ni ella lo buscó.
Cada tarde , Isabel se sienta en la puerta de su casa – como si esperase un golpe del destino- inquieta, preparada; y al anochecer, cuando el suelo huele a descanso, recoge la silla y la deja en el portal preparada para el día que sigue a otro día y a otro día. Le gusta andar descalza entre las piedras del patio, mojarse los pies con el agua que saca del viejo pozo, y los brazos, y la cara, hasta que acaba volcándose la cuba entera desde la cabeza, luego sonríe acariciándose el cuello satisfecha se alisa el camisón empapado, el agua le chorrea entre las rodillas hasta formar un charco en el suelo. Ella se deja acariciar por el agua bendita de su casa, esta si que es agua bendita –piensa- y no la de la iglesia, y allí espera que el sereno de la noche la seque, y luego duerme...
No hay luz, ni en la calle ni en el hogar, ni siquiera es una calle, parece una casa abandonada por el pueblo con una mujer abandonada por ella misma.

Está debajo de la lima. El cuerpo de don Francisco Gómez Estrada
está debajo de la lima, y el de su caballo también, por eso ella siempre espera.
Hace tiempo que los civiles fueron preguntando por él - tenía que hacer ese camino casi a diario- y le preguntaron si lo había visto.
En el pueblo hablan, hablan y calumnian impunemente casi todo el mundo, en especial de ella, es el tema favorito en las pilas donde las mujeres lavaban la ropa y ensuciaban sus conciencias. Ella nunca niega, ni afirma ni hace nada, pero los civiles no la veían capaz, “tan débil”...

Tiene la vista cansada de coser, pero no de llorar, nunca derramó una sola lágrima, ni siquiera aquel día, cuando a traición la cogieron por la espalda cuando entraba su silla, la tiraron al suelo , la sujetaron dos de la cuadrilla y él la penetró con fuerza una, y otra, y otra vez hasta que se cansó.
Estuvo dos días sin moverse del suelo, en el mismo lugar, no se movió durante dos largos días, luego se dirigió hacia el pozo, cargó la cuba de agua y se la volcó de un golpe sobre la cabeza.
Sigue cosiendo, un día, otro día y espera...


Son las fiestas del pueblo. La comitiva municipal junto con los paisanos van a las afueras para celebrar, pasan por su casa y lo ve sobre su caballo
avasallando a los que van a pié.
Don Francisco Gómez Estrada hizo un buen casamiento con la hija del alcalde, y tenía una querida en la capital a la que visitaba con más frecuencia que a su mujer; pero ella es su debilidad porque se muestra ante él férrea, y lo enciende hasta llevarlo a la locura, por eso la forzó como un cobarde.
Ella lo esperó todo el día. Cuando el pueblo ya dormitaba, el cansancio y el vino fueron sus aliados.
Once puñaladas. Le ha asestado once puñaladas por cada uno de los días que ha esperado. Luego lo ha hecho con el caballo. Cava durante toda la noche, al amanecer, ya no queda rastro de nada.
La gente habla y habla, pero nunca saben la verdad. Ella sonríe, nadie sabe la verdad...
Cuando la luz de sus días se iba extinguiendo , hace las diligencias pertinentes para donar los terrenos de su casa al pueblo y muere en paz.
El tiempo ha sepultado los hechos, y el tiempo los saca al exterior.
Después de quince años se deciden utilizar los terrenos de esa vivienda para la construcción de casas protegidas por el gobierno.
Un grupo de trabajadores excavan en la tierra para cimentar la construcción y descubren el cuerpo de un hombre y un animal que parece un caballo.
La comisión que dirige el proyecto decide acallar el hallazgo, para evitar que las casas tengan dificultad en venderse.
... Una mujer camina por la acera, se detiene y dice a uno de los obreros:
“la gente habla, siempre habla, pero nunca saben la verdad de los hechos”
sonríe se da la vuelta y desaparece lentamente ante el asombro de los dos hombres.

martes, 2 de septiembre de 2008

Ese amor interminable

Antes de que lleguen las hormigas

a la carne podrida, habría que enseñarle

el camino a las flores...

Evitar los crisantemos de viejos juicios

que han permitido continuas alabanzas

del lugar del descanso eterno.

Incorporar nuevas imágenes deliciosas

en el fin de la noche;

beber el hechizo del amor en tu boca ,

mientras todos duermen en la ciudad

callada, sintiendo tu ausencia.